lunes, 1 de marzo de 2010

Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan de Puerto Ruco, 1958)[esp], «La carbonerilla quemada»


En la siesta de julio, ascua violenta y ciega,
prendió el horno las ropas de la niña. La arena
quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras;
el cielo era igual que de plata calcinada.

...Con la tarde, volvió (¡anda, potro!) la madre.
El pinar se reía. El cielo era de esmalte
violeta. La brisa renovaba la vida...

La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
Todo le lastimaba. El roce de los besos,
el roce de los ojos, el aire alegre y bello:
-"Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!"

Por el camino (¡largo!), sobre el potrillo rojo,
murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos
eran como raíces secas de estrellas.
La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca.
Corría el agua por el lado del camino.
Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos,
oyendo ya los gritos de los niños del pueblo...

Dios estaba bañándose en su azul de luceros.


Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan de Puerto Rico, 1958)[esp], «La otra tarde se ha llevado...»


Le vent de l’autre nuit
a jeté bas l’Amour...
(Paul Verlaine)

   ¡La otra tarde, se ha llevado
el viento más hojas secas!
¡qué pena tendrán los árboles,
esta noche sin estrellas!
    He entreabierto mi balcón:
-La luna camina muerta,
sin luz de besos ni lágrimas,
amarilla entre la niebla.
    Y he acariciado los árboles,
con miradas de terneza,
que les van abriendo hojitas
verdeluz de primavera.
    ¿Es que están soñando, así
con sus pobres hojas secas?
Yo les digo:"No lloréis;
vendrán con las hojas nuevas".

Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan de Puerto Rico, 1958)[esp], «Yo no volveré. Y la noche…»

 

Yo no volveré. Y la noche
tibia, serena y callada,
dormirá el mundo, a los rayos
de su luna solitaria.

Mi cuerpo no estará allí,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca,
preguntando por mi alma.

No sé si habrá quien me aguarde
de mi doble ausencia larga,
o quien bese mi recuerdo,
entre caricias y lágrimas.

Pero habrá estrellas y flores
y suspiros y esperanzas,
y amor en las avenidas,
a la sombra de las ramas.

 
Y sonará ese piano
como en esta noche plácida,
y no tendrá quien lo escuche
pensativo, en mi ventana.

Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 1875-Collioure, Francia, 1939)[esp], _Campos de Castilla_ (1912), «Retrato»

 

     Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
     Ni un seductor mañara, ni un Bradomín he sido
–ya conocéis mi torpe aliño indumentario–,
mas recibí las flechasque me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
     Hay en mi sangre gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso, que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
     Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
     Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna,
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
     ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano virilñ que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
     Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar con Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
     Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.
     Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
 
                                                                                       [1906]

Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836-Madrid, 1870)[esp], _Rimas_ (1871), Rima IV. «No digáis que agotado su tesoro...»


No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía;

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;

mientras la humanidad, siempre avanzando,
no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían:
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

Luis de León, fray (1527-1591)[esp], «Oda a la vida retirada»

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no les enturbie el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni delo dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si del vano dedo señalado?
¿Si en busca de este viento
ando desalentado
con ansis vivas, con mnortal cuidado?

 ¡Oh, monte, oh, fuente, oh, río,
oh, secreto seguro y deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al Cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado, tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
.. ...

El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso rüido,
que del oro y del cetro pone olvido.
... ...

Y mientras miserble-
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

Luis de León, fray (1527-1591)[esp], «Oda a Salinas»

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primero esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta,
y entre ambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí el alma navega
por un mar de dulzura y, finalmente,
en él así se anega,
que ningún accidente
extraño y peregrino oye y siente.

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
Durase tu reposo
sin ser restituido,
jamás a este bajo y vil sentido.

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigo a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh!, suene de continuo,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos.

Jorge Manrique (Paredes de Nava, Palencia, 1440-Castillo de Garci Muñoz, Cuenca, 1479)[esp], Coplas que fizo don Jorge Manrique a la muerte del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, su padre_ (1482) (Coplas a la muerte de su padre) (fragmento)


Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
 
Pues si vemos lo presente
como en un punto se ha ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
de tal manera.
 
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar,
que es el morir;
allí van .los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los ríos medianos
y más chicos,
cuando llegan, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
 
Este mundo es el camino
para el otro que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.
 
Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos,
las perdemos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados
acaecen;
deellas, por su casualidad,
en los más altos estados
desfallecen.
 
Decidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿en qué se para?
La mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
de senectud.

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