¡Quién hubiese tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano
la caza iba a cazar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la jarcia de un cendal,
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan nel hondo
arriba los hace andar,
las aves que andan volando
nel mástil las faz posar.
Allí fabló el conde Arnaldos
bien oiréis lo que dirá:
-Por Dios ruego marinero,
digasme ora ese cantar.
-Yo no digo esa canción
sino a quien conmigo va.
Álora, la bien cercada,
tú que estás en par del río,
cercóte el Adelantado
una mañana en domingo,
de peones y hombres de armas
el campo bien guarnecido;
con la gran artillería
hecho te habían un portillo.
Viérades moros y moras
subir huyendo al castillo;
las moras llevan la ropa,
los moros harina y trigo.
y las moras de quince años
llevaban el oro fino,
y los moriscos pequeños
llevan la pasa y el higo.
Por encima del adarve
su pendón llevan tendido.
Allá detrás de una almena
quedado se habla un morico
con una ballesta armada
y en ella puesto un cuadrillo
en altas voces diciendo,
que del real le han oído:
-«¡Tregua, tregua, Adelantado,
por tuyo se da el castillo!»
Alza la visera arriba
por ver el que tal le dijo,
asestárale a la frente,
salido le ha al colodrillo.
Sacolo Pablo de rienda
y de mano Jacobillo,
estos dos que había criado
en su casa desde chicos.
Lleváronle a los maestros
por ver si sería guarido;
a las primeras palabras
el testamento les dijo.
Helo, helo por dó viene
el moro por la calzada,
caballero a la gineta
encima una yegua baya;
borceguíes marroquíes
y espuela de oro calzada;
una adarga ante los pechos,
y en su mano una zagaya;
mirando estaba a Valencia
cómo está tan bien cercada:
-”¡Oh Valencia, oh Valencia,
de mal fuego seas quemada!!
Primero fuiste de moros
que de cristianos ganada.
Si la lanza no me miente
a moros serás tornada,
a aquel perro de aquel Cid
prenderélo por la barba;
su mujer doña Jimena
será de mí captivada,
su hija Urraca Hernando
será mi enamorada:
después de yo harto della
la entregaré a mi campaña.»
El buen Cid no está tan lejos
que todo lo escuchaba.
-«Venid vos acá, mi hija,
mi hija Doña Urraca;
dejad las ropas continas
y vestid ropas de Pascua,
aquel moro hi de perro
detenémelo en palabras,
mientras yo ensillo a Babieca,
y me ciño la mi espada.”
La doncella muy hermosa
se paró a una ventana;
el moro desque la vido
desta suerte le hablara:
-« ¡Alá te guarde, señora,
mi señora Doña Urraca! »
-”¡Así haga a vos, señor,
buena sea vuestra llegada!
Siete años ha, Rey, siete,
que soy vuestra enamorada.»
-«Otros tantos ha, señora,
que os tengo dentro en mi alma.»
Ellos estando en aquesto,
el buen Cid que asomaba,
-«Adiós, adiós, mi señora,
la mi linda enamorada,
que del caballo Babieca
yo bien oigo la patada.»
Do la yegua pone el pie
Babieca pone la pata.
Allí hablara el caballero,
bien oiréis lo que hablaba:
-« ¡Morir debía la madre
que a su hijo no esperaba! »
Siete vueltas la rodea
al derredor de una jara;
la yegua que era ligera
muy adelante pasaba
fasta llegar cabe un río
adonde una barca estaba.
El moro desque la vido
con ella bien se holgaba;
grandes gritos, da al barquero
que le allegase la barca:
el barquero es diligente
túvosela aparejada;
embarcó muy presto en ella,
que no se detuvo nada.
Estando el moro embarcado
el buen Cid que llegó al agua,
y por ver al moro en salvo
de tristeza reventaba;
mas con la furia que tiene
una lanza le arrojaba,
y dijo:-« ¡Recoged, mi yerno,
arrecogedme esa lanza,
que quizá tiempo verná
que os será bien demandada!»
Yo me levantara, madre,
mañanica de Sant Juan :
vide estar una doncella
ribericas de la mar:
sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños s'enjugan
dice la niña un cantar:
-«¿Dó los mis amores, dó los?
¿Dónde los iré a buscar?
Mar abajo, mar arriba,
diciendo iba un cantar,
peine de oro en las sus manos
por sus cabellos peinar.
-“ Dígasme tú, el marinero,
que Dios te guarde de mal,
si los viste a mis amores
si los viste allá pasar.»
Guarte, guarte, rey don Sancho,
no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido:
llámase Bellido D'Olfos,
hijo de Dolfos Bellido,
cuatro traiciones ha fecho,
y con ésta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre,
mayor traidor es el fijo.
Gritos dan en el real,
que a Don Sancho han mal ferido:
muerto le ha Bellido D 'Olfos,
gran traición ha cometido.
Desque le tuviera muerto,
metióse por un postigo;
por las calles de Zamora
va dando voces y gritos:
-Tiempo era, Doña Urraca,
de cumplir lo prometido.
Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada.
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.
Cartas le fueron venidas
cómo Alhama era ganada.
¡Ay de mi Alhama!
Las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara;
echó mano a sus cabellos
y las sus barbas mesaba.
Apeóse de la mula
y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba
subido había a la Alhambra;
mandó tocar sus trompetas,
sus añafiles de plata,
porque lo oyesen los moros
que andaban por el arada.
¡Ay de mi Alhama!
Cuatro a cuatro, cinco a cinco.
juntado se ha gran compaña.
Allí habló un viejo alfaquí,
la barba bellida y cana:
-¿Para qué nos llamas, rey;
a qué fue vuestra llamada?
-Para que sepáis, amigos,
la gran pérdida de Alhama.
¡Ay de mi Alhama!
-Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara:
mataste los Bencerrajes,
que eran la flor de Granada;
cogiste los tomadizos
de Córdoba la nombrada.
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino
y que se acabe Granada.
¡Ay de mi Alhama!