Si yo fuera poeta, verdadero poeta,os daría en mis cánticosno a la ciudad heroica, eremita y asceta,sino a la de los sueños errantes y románticosde Bécquer, el celeste dueñode las inaccesibles órbitas del ensueño.
Pobre Gustavo Adolfo, héroe de tus leyendas,enamorado de un rayo de luna verde-¿mujer, esencia, sueño?-, que te esquiva y se pierdeentre los troncos crédulos, por las cándidas sendas.
Tu Soria pura, Bécquer, contigo en el caminomusical del caballo que te lleva a Veruela.Si la cabeza vuelves, ves la amarilla mueladel castillo -tan lejos- vespertino.
Tu fantasma hecho forma -mujer de piedra- vela“en la imponente nave del templo bizantino”.Ya el monte de las Ánimas te sepulta su loma.Ya ni el castillo emerge del lindero.
¿Por qué cierras los ojos? ¿Ves mejor así el Duero?Calla. ¿Le oyes? Por huertas de Templarios asoma,la presa airosa salta, tuerce su cauce huidero;con voluntad sonoralimita, impulsa, espeja y ríe y llora..