jueves, 26 de septiembre de 2013

Félix María de Samaniego (Laguardia, Álava, 1745-Laguardia, Álava, 1801)[esp], _Fábulas_ (1784). Libro I, Fábula XI «Las moscas»




      A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron,
que, por golosas, murieron
presas de patas en él.
Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.

     Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.


Félix María de Samaniego (Laguardia, Álava, 1745-Laguardi, Álava, 1801)[esp], _Fábulas_ (1784), Libro I, Fábula VII «La zorra y el busto»



     Dijo la zorra al busto
después de olerlo:
-Tu cabeza es hermosa,
pero… sin seso.

     Como éste hay muchos,
que aunque parecen hombres
sólo son bustos.


Tomás de Iriarte (1750-1791)[esp], «Los dos conejos»





(No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal.)


Por entre unas matas,
seguido de perros
(no diré corría),
volaba un Conejo

De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: “Tente, amigo:
¿Qué es esto?
- ¿Qué ha de ser? responde:
sin aliento llego ...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.
- Sí (replica el otro),
por allí los veo...
Pero no son galgo.
-¿Pues qué son? – Podencos.
-¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos,
bien vistos los tengo.
-Son podencos: vaya,
que no entiendes de eso.
-Son galgos te digo.
-Digo que podencos.
En esta disputa,
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévese este ejemplo.




José Cadalso (Cádiz, 1741-Gibraltar, 1782)[esp], «Sáficos adónicos a A Venus» «Madre divina del alado niño...»




Madre divina del alado niño,
oye mis ruegos, que jamás oíste
otra tan triste lastimosa pena
como la mía.

Baje tu carro desde el alto Olimpo
entre las nubes del sereno cielo,
rápido vuelo traiga tu querida
blanca paloma.

No te detenga con amantes brazos
Marte, que deja su rigor al verte,
ni el que por suerte se llamó tu esposo
sin merecerlo.

Ni las delicias de las sacras mesas;
cuando a los dioses, llenos de ambrosía,
alegre brinda Jove con la copa
de Ganimedes.

Ya el eco suena por los altos techos
del noble alcázar, cuyo piso huellas,
lleno de estrellas, de luceros lleno
y tachonado.

Cerca del ara de u templo, en Paíos,
entre los himnos que tu pueblo dice,
este infelice tu venida aguarda;
baja volando.

Sobre tus aras mis ofrendas pongo,
testigo el pueblo, por mi voz llamado,
y concertado con mi tono el suyo
te llaman madre.

Alzo los ojos al verter el vaso
de leche blanca y el de miel sabrosa;
ciño con rosas, mirtos y jazmines
ésta mi frente…

Ya, Venus, miro resplandor celeste
bajar al templo; tu belleza veo;
ya mi deseo coronaste, ¡oh madre,
madre de amores!

Vírgenes tiernas, niños y matronas,
ya Venus llega, vuestra diosa viene;
el aire suene con alegres himnos,
júbilo santo…

Humo sabeo salga de las urnas,
dulces aromas que agradarla suelen,
ámbares vuelen, tantos que a la excelsa
bóveda toquen.

Pueblo de amantes, que a mi voz acudes,
a Venus pide que a mi ruego atienda,
y que a mi prenda la pasión inspire,
cual yo la tengo.

CORO DE NIÑAS

¡Reina de Chipre, diosa de Citeres!,
tú que a los dioses y a los hombres mandas,
¿por qué no ablandas a la dura Cloris?,
 ¡mándalo, Venus!

CORO DE NIÑOS

¡Reina de Pafos y de amores Diosa!,
tú que las almas llenas de placeres,
¿por qué no quieres que Dalmiro triunfe?,
 ¡mándalo, Venus!

PRIMERA NIÑA

Como la rosa
agradecida
da mil aromas
al amoroso
céfiro blando
cuando la halaga
y la rodea,

PRIMER NIÑO

haz que reciba
en su regazo
Cloris afable
al que la adora.

CORO DE NIÑOS

¡Reina de Pafos y de amores Diosa!,
tú que las almas llenas de placeres,
¿por qué no quieres que Dalmiro triunfe?,
 ¡mándalo, Venus!

SEGUNDA NIÑA

Como la yedra
halla en el olmo
vínculo firme
cuando la abraza,

SEGUNDO NIÑO

haz que a su amante
plácido rostro
ponga la ninfa
cuando la vea;
pábulo nuevo
halle su llama
en su querida,
dulce zagala.

CORO DE NIÑAS

¡Reina de Chipre, diosa de Citeres!,
tú que a los dioses y a los hombres mandas,
¿por qué no ablandas a la dura Cloris?,
 ¡mándalo, Venus!





Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744-Puerto de Vega, Asturias, 1811)[esp], _Sátiras_, Sátira primera «A Arnesto»



                                                             Quis tam patiens ut teneat se?
                                                                                                 (JUVENAL)

Déjame, Arnesto, déjame que llore
los fieros males de mi patria, deja
que su ruïna y perdición lamente;
y si no quieres que en el centro obscuro
de esta prisión la pena me consuma,
déjame al menos que levante el grito
contra el desorden; deja que a la tinta
mezclando hiel y acíbar, siga indócil
mi pluma el vuelo del bufón de Aquino.

¡Oh cuánto rostro veo a mi censura
de palidez y de rubor cubierto!
Ánimo, amigos, nadie tema, nadie,
su punzante aguijón, que yo persigo
en mi sátira al vicio, no al vicioso.
¿Y qué querrá decir que en algún verso,
encrespada la bilis, tire un rasgo
que el vulgo crea que señala a Alcinda,
la que olvidando su orgullosa suerte,
baja vestida al Prado, cual pudiera
una maja, con trueno y rascamoño
alta la ropa, erguida la caramba,
cubierta de un cendal más transparente
que su intención, a ojeadas y meneos
la turba de los tontos concitando?
¿Podrá sentir que un dedo malicioso,
apuntando este verso, la señale?
Ya la notoriedad es el más noble
atributo del vicio, y nuestras Julias,
más que ser malas, quieren parecerlo.

Hubo un tiempo en que andaba la modestia
dorando los delitos; hubo un tiempo
en que el recato tímido cubría
la fealdad del vicio; pero huyóse
el pudor a vivir en las cabañas.
Con él huyeron los dichosos días,
que ya no volverán; huyó aquel siglo
en que aun las necias burlas de un marido
las Bascuñanas crédulas tragaban;
mas hoy Alcinda desayuna al suyo
con ruedas de molino; triunfa, gasta,
pasa saltando las eternas noches
del crudo enero, y cuando el sol tardío
rompe el oriente, admírala golpeando,
cual si fuese una extraña, al propio quicio.
Entra barriendo con la undosa falda
la alfombra; aquí y allí cintas y plumas
del enorme tocado siembra, y sigue
con débil paso soñolienta y mustia,
yendo aún Fabio de su mano asido,
hasta la alcoba, donde a pierna suelta
ronca el cornudo y sueña que es dichoso.
Ni el sudor frío, ni el hedor, ni el rancio
eructo le perturban. A su hora
despierta el necio; silencioso deja
la profanada holanda, y guarda atento
a su asesina el sueño mal seguro.

¡Cuántas, oh Alcinda, a la coyunda uncidas
tu suerte envidian! ¡Cuántas de Himeneo
buscan el yugo por lograr tu suerte,
y sin que invoquen la razón, ni pese
su corazón los méritos del novio,
el sí pronuncian y la mano alargan
al primero que llega! ¡Qué de males
esta maldita ceguedad no aborta!
Veo apagadas las nupciales teas
por la discordia con infame soplo
al pie del mismo altar, y en el tumulto,
brindis y vivas de la tornaboda,
una indiscreta lágrima predice
guerras y oprobrios a los mal unidos.
Veo por mano temeraria roto
el velo conyugal, y que corriendo
con la impudente frente levantada,
va el adulterio de una casa en otra.
Zumba, festeja, ríe, y descarado
canta sus triunfos, que tal vez celebra
un necio esposo, y tal del hombre honrado
hieren con dardo penetrante el pecho,
su vida abrevian, y en la negra tumba
su error, su afrenta y su despecho esconden.

¡Oh viles almas! ¡Oh virtud! ¡Oh leyes!
¡Oh pundonor mortífero! ¿Qué causa
te hizo fiar a guardas tan infieles
tan preciado tesoro? ¿Quién, oh Temis,
tu brazo sobornó? Le mueves cruda
contra las tristes víctimas, que arrastra
la desnudez o el desamparo al vicio;
contra la débil huérfana, del hambre
y del oro acosada, o al halago,
la seducción y el tierno amor rendida;
la expilas, la deshonras, la condenas
a incierta y dura reclusión. ¡Y en tanto
ves indolente en los dorados techos
cobijado el desorden, o le sufres
salir en triunfo por las anchas plazas,
la virtud y el honor escarneciendo!

¡Oh infamia! ¡Oh siglo! ¡Oh corrupción! Matronas
castellanas, ¿quién pudo vuestro claro
pundonor eclipsar? ¿Quién de Lucrecias
en Lais os volvió? ¿Ni el proceloso
océano, ni lleno de peligros,
el Lilibeo, ni las arduas cumbres
de Pirene pudieron guareceros
de contagio fatal? Zarpa, preñada
de oro, la nao gaditana, aporta
a las orillas gálicas, y vuelve
llena de objetos fútiles y vanos;
y entre los signos de extranjera pompa
ponzoña esconde y corrupción, compradas
con el sudor de las iberas frentes.
Y tú, mísera España, tú la esperas
sobre la playa, y con afán recoges
la pestilente carga y la repartes
alegre entre tus hijos. Viles plumas,
gasas y cintas, flores y penachos,
te trae en cambio de la sangre tuya,
de tu sangre ¡oh baldón! y acaso, acaso
de tu virtud y honestidad. Repara
cuál la liviana juventud los busca.

Mira cuál va con ellos engreída
la imprudente doncella; su cabeza,
cual nave real en triunfo empavesada,
vana presenta del favonio al soplo
la mies de plumas y de agrones y anda
loca, buscando en la lisonja el premio
de su indiscreto afán. ¡Ay triste, guarte,
guarte, que está cercano el precipicio!
El astuto amador ya en asechanza
te atisba y sigue con lascivos ojos;
la educación y la caricia el lazo
te van a armar, do caerás incauta,
en él tu oprobrio y perdición hallando.
¡Ay, cuánto, cuánto de amargura y lloro
te costarán tus galas! ¡Cuán tardío
será y estéril tu arrepentimiento!

Ya ni el rico Brasil, ni las cavernas
del nunca exhausto Potosí nos bastan
a saciar el hidrópico deseo,
la ansiosa sed de vanidad y pompa.
Todo lo agotan: cuesta un sombrerillo
lo que antes un estado; y se consume
en un festín la dote de una infanta.
Todo lo tragan; la riqueza unida
va a la indigencia; pide y pordiosea
el noble, engaña, empeña, malbarata,
quiebra y perece, y el logrero goza
los pingües patrimonios, premio un día
del generoso afán de altos abuelos.
¡Oh ultraje! ¡Oh mengua! Todo se trafica:
Parentesco, amistad, favor, influjo,
y hasta el honor, depósito sagrado,
o se vende o se compra. Y tú, Belleza,
don el más grato que dio al hombre el cielo,
no eres ya premio del valor, ni paga
del peregrino ingenio; la florida
juventud, la ternura, el rendimiento
del constante amador ya no te alcanzan.
Ya ni te das al corazón, ni sabes
de él recibir adoración y ofrendas.
Ríndeste al oro. La vejez hedionda,
la sucia palidez, la faz adusta,
fiera y terrible, con igual derecho
vienen sin susto a negociar contigo.
Daste al barato, y tu rosada frente,
tus suaves besos y sus dulces brazos,
corona un tiempo del amor más puro,
son ya una vil y torpe mercancía.









martes, 10 de septiembre de 2013

Francisco de Aldana (Nápoles, Italia, 1537-Alcazarquivir, Marruecos, 1578)[esp], Soneto XLIV, «El ímpetu crüel de mi destino»




   El ímpetu crüel de mi destino
¡cómo me arroja miserablemente
de tierra en tierra, de una en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre el camino!

   ¡Oh!, si tras tanto mal grave y contino,
roto su velo mísero y doliente,
el alma con un vuelo diligente
volviese a la región de donde vino,

   iríame por el cielo en compañía
del alma de algún caro y dulce amigo,
con quien hice común acá mi suerte.

   ¿Qué gran montón de cosas le diría,
cuáles y cuántas, sin tener castigo
de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!

Francisco de Aldana (Nápoles, Italia, 1537-Alcazarquivir, Marruecos, 1578)[esp], Soneto XLII, «Mil veces callo que romper deseo»



   Mil veces callo que romper deseo
el cielo a gritos y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento
que en silencio mortal yacer la veo;

   anda, cual velocísimo correo
por dentro el alma, el suelto pensamiento
con alto y, de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.

   No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce o deleitable
con que la voluntad viva segura;

   cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.

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