viernes, 10 de mayo de 2013

Carolina Coronado Romero de Tejada (Almendralejo, Badajoz, 1825-Lisboa, Portugal, 1911)[esp], _Poesías_(1843), «El amor de los amores»


                              I.
     ¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti ¡dulce amor mío!
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te envío?...
     A ti, sin nombre para mí en la tierra
¿cómo te llamaré con aquel nombre,
tan claro, que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por esta sierra?
     ¿Cómo sabrás que enamorada vivo
siempre de ti, que me lamento sola
del Gévora que pasa fugitivo
mirando relucir ola tras ola?
     Aquí estoy aguardando en una peña
a que venga el que adora el alma mía;
¿por qué no ha de venir, si es tan risueña
la gruta que formé por si venía?
    ¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales
todos en flor, y acacias olorosas,
y cayendo en el agua blancas rosas,
y entre la espuma lirios virginales?
     Y ¿por qué de mi vista has de esconderte;
por qué no has de venir si yo te llamo?
¡Porque quiero mirarte, quiero verte
y tengo que decirte que te amo!
     ¿Quién nos ha de mirar por estas vegas
como vengas al pie de las encinas,
si no hay más que palomas campesinas
que están también con sus amores ciegas?
     Pero si quieres esperar la luna,
escondida estaré entre la zarza rosa,
y si vienes con planta cautelosa
no nos podrá sentir paloma alguna.
     Y no temas si alguna se despierta,
que si te logro ver, de gozo muero,
y aunque después lo cante al mundo entero,
¿qué han de decir los vivos de una muerta?

 

                              II.
     Como lirio del sol descolorido
ya de tanto llorar tengo el semblante,
y cuando venga mi gallardo amante,
se pondrá al contemplarlo entristecido.
     Siempre en pos de mi amor voy por la tierra
y creyendo encontrarle en las alturas,
con el naciente sol trepo a la sierra;
con la noche desciendo a las llanuras,
     Y hallo al hambriento lobo en mi camino
y al toro que me mira, que me espera;
en vano grita el pobre campesino:
No cruces por la noche la ribera.
     En la sierra de rocas erizada,
del valle entre los árboles y flores,
en la ribera sola y apartada
he esperado el amor de mis amores.
     A cada instante lavo mis mejillas
del claro manantial en la corriente,
y le vuelvo a esperar más impaciente
cruzando con afán las dos orillas.
     A la gruta te llaman mis amores;
mira que ya se va la primavera
y se marchitan las lozanas flores
que traje para ti de la ribera.
     Si estás entre las zarzas escondido
y por verme llorar no me respondes,
ya sabes que he llorado y he gemido,
y yo no sé, mi amor, por qué te escondes.
     Tú pensarás, tal vez, desdeñosa
por no enlazar mi mano con tu mano
huiré, si te me acercas, por el llano
y a los pastores llamaré medrosa.
     Pero te engañas, porque yo te quiero
con delirio tan ciego y tan ardiente,
que un beso te iba a dar sobre la frente
cuando me dieras el adiós postrero.

 

                         III.
     Dejaba apenas la inocente cuna
cuando una hermosa noche en la pradera
los juegos suspendí por ver la luna
y en sus rayos te vi, la vez primera.
     Otra tarde después, cruzando el monte,
vi venir la tormenta de repente,
y por segunda vez, más vivamente
alumbró tu mirada el horizonte.
      Quise luego embarcarme por el río,
y hallé que el son del agua que gemía
como la luz, mi corazón hería
y dejaba temblando el pecho mío.
     Me acordé de la luna y la centella
y entonces conocí que eran iguales
lo que sentí escuchando a los raudales,
lo que sentí mirando a la luz bella.
     Vago, sin forma, sin color, sin nombre,
espíritu de luz y agua formado,
tú de mi corazón eras amado
sin recordar en tu figura al hombre.
     Ángel eres, tal vez, a quien no veo
ni lograré, jamás, ver en la tierra,
pero sin verte en tu existencia creo,
y en adorarte mi placer se encierra.
     Por eso entre los vientos bramadores
salgo a cantar por el desierto valle,
pues aunque en el desierto no te halle,
ya sé que escuchas mi canción de amores
     Y ¿quién sabe si al fin tu luz errante
desciende con el rayo de la luna,
y tan sola otra vez, tan sola una,
volveré a contemplar tu faz amante?
     Mas, si no te he de ver, la selva dejo,
abandono por siempre estos lugares,
y peregrina voy hasta los mares.
A ver si te retratas en su espejo.

 

                          IV.
     He venido a escuchar los amadores
por ver si entre sus ecos logro oírte,
porque te quiero hablar para decirte
que eres siempre el amor de mis amores.
     Tu ya sabes, mi bien, que yo te adoro
desde que tienen vida mis entrañas,
y vertiendo por ti mares de lloro
me cansé de esperarte en las montañas.
     La gruta que formé para el estío
la arrebató la ráfaga de octubre...
¿qué he de hacer allí sola al pie del río
que todo el valle con sus aguas cubre?
     Y ¡oh Dios! quién sabe si de ti me alejo
conforme el valle solitario huyo,
si no suena jamás un eco tuyo
ni brilla de tus ojos un reflejo.
     Por la tierra ¡ay de mí! desconocida,
como el Gévora, acaso, arrebatada
dejo mi bosque y a la mar airada
a impulso de este amor corro atrevida.
     Mas si te encuentro a orilla de los mares
cesaron para siempre mis temores
porque puedo decirte en mis cantares
que tú eres el amor de mis amores.
 

                          V.
     Aquí tu barca está sobre la arena:
desierta miro la extensión marina:
te llamo sin censar con tu bocina
y no pareces a calmar mi pena.
     Aquí estoy en la barca triste y sola
aguardando a mi amado noche y día;
llega a mis pies la espuma de la ola,
y huye otra vez, cual la esperanza mía.
     ¡Blanca y ligera espuma transparente,
ilusión, esperanza, desvarío,
como hielas mis pies con tu rocío
el desencanto hiela nuestra mente!
     Tampoco es el mar a donde él mora,
ni en la tierra ni el mar mi amor existe:
¡Ay! dime si en la tierra te escondiste
o si dentro del mar estás ahora.
     Porque es mucho dolor que siempre ignores
que yo te quiero ver, que yo te llamo
sólo para decirte que te amo,
¡que eres siempre el amor de mis amores!

 

                         VI.
     Pero te llamo yo, ¡dulce amor mío!
como si fueras tú mortal viviente,
cuando sólo eres luz, eres ambiente,
eres aroma, eres vapor del río.
     Eres la sombra de la nube errante,
eres el son del árbol que se mueve,
y aunque a adorarte el corazón se atreve,
tú solo en la ilusión eres mi amante.
     Hoy me engañas también como otras veces;
tú eres la imagen que el delirio crea,
fantasma del vapor que me rodea
que con el fuego de mi aliento creces.
     Mi amor, el tierno amor por el que lloro
eres tan sólo tú ¡señor Dios mío!
Si te busco y te llamo, es desvarío
de lo mucho que sufro y que te adoro.
     Yo nunca te veré, porque no tienes
ser humano, ni forma, ni presencia:
yo siempre te amaré, porque en esencia
a el alma mía como amante vienes.
     Nunca en tu frente sellará mi boca
el beso que al ambiente le regalo;
siempre el suspiro que a tu amor exhalo
vendrá a quebrarse en la insensible roca.
     Pero cansada de penar la vida,
cuando se apague el fuego del sentido,
por el amor tan puro que he tenido
tú me darás la gloria prometida.
     Y entonces al ceñir la eterna palma,
que ciñen tus esposas en el cielo,
el beso celestial, que darte anhelo,
llena de gloria te dará mi alma.


Gerardo Diego Cendoya (Santander, 1896-Madrid, 1987)[esp], _Versos humanos_ (1925), «Brindis»


A mis amigos de Santander que festejaron
mi nombramiento profesional.

     Debiera ahora deciros: «Amigos,
muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios.
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.
    Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos,
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo,
tranquilo
y frío,
y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),
y de pluscuamperfectos y de participios,
y el uno bostezará y el otro me hará un guiño.
     Y otro, seguramente el más listo,
me pondrá un alias definitivo.
    Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.
Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo,
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Y me guardará respeto y cariño.
Y ahora os digo:
amigos,
brindemos por ese niño,
por ese predilecto discípulo,
por que mis dedos rígidos
acierten a moldear su espíritu,
y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,
y por que siga su camino
intacto y limpio,
y porque este mi discípulo,
que inmortalice mi nombre y mi apellido,
… sea el hijo,
el hijo
de uno de vosotros, amigos.

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